martes, 11 de octubre de 2011

Recibo sola


“Recibo sola” rezaba la última frase del anuncio de la sección de relax del periódico que hojeaba Carlos Alba mientras esperaba a ser llamado para sentarse en el banquillo. Se le acusaba de la comisión de un delito de intrusismo. Carlos había ejercido durante años el oficio de administrador de fincas sin tener titulación para ello, hasta que algunos decidieron denunciarlo ante el colegio oportuno y querellarse contra él. Carlos estaba tranquilo, pues no le importaba pagar la multa que se le impusiera porque para eso tenía dinero más que suficiente, y como la pena máxima que le podía caer no excedía de dos años, con completa seguridad la condena se le suspendería, así que poco caso hacía a su abogado, Lucinio Fuentes, un profesional bastante reputado de mediana edad que vestía un impoluto traje negro con el que hacía juego no solamente la corbata, sino también unas enormes gafas de pasta del mismo color, el cual le comentaba que el acuerdo cerrado con el fiscal era bueno y que debía reconocer los hechos para así irse a casa con una sentencia condenatoria que le garantizaba no ingresar en prisión. Al entrar a la sala, Carlos se percató en primer lugar de que quien se sentaba en el asiento del fiscal no era un hombre, sino una mujer… ¡y qué mujer!; lucía un precioso rostro perfectamente cuidado y maquillado, y unas tremendas curvas se adivinaban bajo su toga, pero ella ni siquiera levantó la cabeza durante todo el juicio para dedicarle ni una mínima mirada, ni cuando modificó su calificación ni cuando procedió a evacuar un brevísimo informe. En definitiva, el juicio concluyó con un pacto con la fiscal.
“Esto hay que celebrarlo”, se dijo Carlos tras acabar el juicio y despedirse de su letrado. Se dirigió a un buen restaurante, pidió su comida favorita, steak tartar, un buen vino tinto y un postre dulce y consistente. Tras tomar un café espeso decidió hacer una llamada. La chica del anuncio se identificaba “joven culta, atractiva, servicial y poderosa”. Era la primera vez que requería los servicios de una señorita de compañía, por lo que cuando llegó al hotel en el que se citó por teléfono estaba tan nervioso que alivió su ansiedad con dos güisquis de malta. Le sonaba aquella voz melosa que le citó allí, y si su belleza física se correspondía con la de su voz bien invertiría los trescientos euros que por teléfono le había indicado que le costarían sus servicios. Se dirigió a la habitación que la chica le había indicado, y cuando tímidamente la golpeó con los nudillos, le abrió, embutida en un precioso picardías blanco, la fiscal de la mañana, pero ella no le reconoció… si ni siquiera una sola vez le había mirado la cara. Lo cierto es que la chica parecía otra, completamente distinta de la que había conocido por la mañana, pues se mostró agradable, simpática, tierna y complaciente. Tras acabar sus quehaceres, y antes de salir de la habitación, Carlos, colocándose la chaqueta azul marino, se volvió y dijo a la chica, que ya se había vuelto a colocar su picardías:

-          Disculpa, bonita, si te dedicases a otra cosa además de a esto, ¿se podría considerar que lo que estás haciendo conmigo es intrusismo?.  

Carlos se volvió inmediatamente sobre sus talones y salió de la habitación cerrando la puerta de modo suave, dirigiéndose hacia el ascensor a través del largo pasillo, sin haber podido recrearse en la forma de la que se le descolgó la mandíbula y se le abrieron los ojos hasta casi salírseles de las órbitas a la chica que tan bien se había portado con él aquella tarde.   

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