miércoles, 11 de enero de 2012

Si bebes no camellees



            En el Puesto de la Guardia Viril de Las Torres de los Mares,
                                                                                             a 6 de enero de 2012

DILIGENCIA DE CONSTANCIA: En el puesto indicado, a las 03:45 H. del día reseñado-----------------------------------------------------------------------------------------------
 Habiendo sido recibida llamada en este puesto alertando sobre posible accidente de circulación, personada en el punto indicado en el anexo dotación integrada por los agentes que figuran en el mismo documento, se pudo comprobar que desde un profundo socavón en la carretera se oían voces en lenguas extrañas y algunas en el patrio idioma, gritos de auxilio e insultos. Tras apreciar la presencia de seis cuerpos vivos en el interior del referido socavón fue avisado el servicio de porompomperos, destinando una dotación con el camión provisto de grúa y arneses, procediéndose al salvamento. Dichos seres vivos rescatados han sido de tres camellos y tres personas muy mayores que fueron identificados como D. Melchor, D. Gaspar y D. Baltasar, comprobándose personalidades con pasaportes que extrajeron de un enorme y pesado cartapacio lleno de cartas dirigidas a SS.MM. los Reyes Magos de Oriente. Evidentes síntomas, entre ellos aspecto del rostro congestionado y sudoroso, fetor enólico, respuestas imprecisas y repetitivas, ojos llorosos, deambulación inestable y capacidad de maniobra con los camellos absolutamente nula, aconsejaron la práctica de prueba de alcoholemia, arrojando cada uno de ellos un resultado superior a 2,50.
Reseñados los encartados, pasaron a dependencias policiales, donde permanecerán detenidos hasta orden judicial.
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            DILIGENCIA DE CONSTANCIA: En el puesto arriba indicado, a las 15:45 H. del día reseñado--------------------------------------------------------------------------------------
 Colapsada la centralita telefónica del puesto: más de 50.000 llamadas denuncian no haber recibido regalos. Insultos a agentes. Motín en puerta del puesto.

Feliz Año Nuevo.   

miércoles, 28 de diciembre de 2011

Sopa de Tortuga


Los indicios apuntaban a lo que resultaba evidente. La instrucción más larga de la Historia concluyó y se celebró el juicio. Los restos del cuerpo, como pieza de convicción, no se exhibieron por no considerarlo preciso las partes, habida cuenta que el cadáver, pese a haber sido embalsamado en su día, apenas era reconocible. Efectivamente se apreciaba que eran los restos de una liebre, pero nada más, pese a que años atrás se practicó la prueba genética con los sucesores de miles de generaciones posteriores del señor Liebre Corredor, lo que no hacía necesario el desagradable trago de tener al momificado cuerpecito sobre una mesa. El Código Penal contempla la imprescriptibilidad de los delitos cometidos por los personajes de las fábulas, hecho que debería hacernos replantear esa misma imprescriptibilidad respecto de otros delitos de sangre. Fue el propio señor Tortuga Ladino quien se delató en el plenario, cansado de tantos años de interrogatorios y de juicios mediáticos. Los hechos probados de la sentencia se resumen muy fácilmente: el señor Tortuga ganó la celebérrima carrera, mas no porque el señor Liebre alcanzase la meta después que él; simplemente el señor Liebre nunca llegó a ella. El señor Liebre descansaba plácidamente mordisqueando florecillas y restos de carroña mientras se reía del lento señor Tortuga, para al tiempo volver a adelantarle mientras se reía de su contrincante con imprecaciones tales como “dominguero”, “lentorro”, “apamplao” y demás insultos que no deben ser reproducidos. Tras arduas investigaciones realizadas durante siglos se confirmó que como consecuencia de la lluvia, el señor Liebre, en su febril carrera, resbaló produciéndose un esguince, lo cual fue aprovechado por el señor Tortuga, que, conocedor de que pese a tal lesión, en un alarde de valentía, el señor Liebre podría vencerle, extrajo de su caparazón un calcetín sucio con el que le envolvió cabeza, asfixiándolo, deshaciéndose del cadáver ocultándolo tras unos arbustos. Las tortugas son longevas, y nuestro protagonista lo es con creces, pues en el momento del juicio aún vivía. En su alegato inculpatorio en el juicio, el señor Tortuga, cansado, como ya se ha referido, manifestó que Esopo fue su cómplice “para sacarse unos cuartos”, pues el resultado inverso en la carrera no le hubiera reportado nada. La Sentencia se dictó en voz. Aquella noche el juez cenó sopa… de Tortuga.    

lunes, 24 de octubre de 2011

Lo que hay que aguantar


Elíades Pascual celebraba su primer juicio ante un Tribunal del Jurado. A su cliente se le acusaba de homicidio imprudente y omisión del deber de socorro. Regresando de una noche de fiesta, mientras circulaba bajo una lluvia persistente y rauda por una carretera sin iluminación alguna que se encontraba en obras, atropelló a un anciano que se dirigía a su campo a realizar las tareas propias de los campesinos, marchándose del lugar sin socorrerle, falleciendo el pobre hombre a los tres días. Desde sus primeras declaraciones manifestó que no se percató de que hubiese atropellado a una persona, argumentando en todo momento que pensó que con lo que había colisionado su vehículo era una valla de señalización de obras de las muchas que en aquel tramo se encontraban. Por más veces que Elíades intentó sonsacar la verdad a su cliente, esperando que en un arrebato de sinceridad le confesase que se había percatado del atropello y que, preso del miedo, se había dado a la fuga, no lo consiguió, manifestándole en todo momento lo que había dicho desde el principio.

La primera mañana del juicio se realizó la selección de los miembros del jurado. Elíades prefería que éste estuviera integrado por hombres, a diferencia del fiscal y del abogado de la familia del anciano fallecido, que se decantaban más por las mujeres. El motivo era muy sencillo: el hombre es más proclive a empinar el codo y conducir después, lo que en un momento determinado era una buena baza a la hora de conseguir que se identificara el jurado con su cliente.

Tras las arduas sesiones que siguieron se fueron practicando todas las pruebas, alguna de ellas desagradables.  
  
Llegó el momento de las conclusiones finales, un jueves por la tarde. Los resúmenes de prueba se iniciarían por el fiscal, seguiría la acusación particular y culminaría con la exposición del defensor del acusado. Elíades no había podido comer nada, pues un nudo en el esófago le impedía tragar. Pese a que el juicio lo había preparado con destreza y a conciencia, desde que se había levantado aquella mañana en la que sabía que habría de resumir todas las pruebas practicadas para inclinarlas a favor de su cliente, no había podido controlar un ligero temblor en las manos, el cual ocasionó que varias veces se le cayese la pluma de las manos. Todos tomaron asiento. El fiscal, tras concedérsele la palabra, comenzó su informe, exponiendo los motivos por los que el acusado debía ser condenado. Elíades mantenía las manos bajo la mesa a fin de evitar que nadie, y sobre todo su cliente, apreciara el ligero temblor que las movía. Un extraño olor amargo que no podía identificar le llegaba de vez en cuando. Elíades estaba pendiente de lo que decía el fiscal, sin poder reprimir el temblorcillo, tomando notas de vez en cuando, preguntándose qué era aquello que olía tan extrañamente de vez en cuando. Su cliente miraba al techo de la sala, a los miembros del jurado y a algunas personas que se sentaban en los bancos destinados al público, sin mostrarse, al menos aparentemente, preocupado. Cuando el fiscal concluyó su demoledor monólogo el presidente del tribunal concedió la palabra al abogado de la familia de la víctima. Entonces, mientras Elíades tomaba un folio nuevo y lo encabezaba con unas rápidas notas, su cliente lo miró con su extraña cara de monaguillo bizco y, como si el juicio no fuera con él, frotándose las manos, a la vez que el olor rancio se hacía mucho más evidente, dijo a su abogado: “Me he pegao una pechá de sardinas al mediodía!”… y Elíades temblando y sin poder contenerse, pensando: "Lo que hay que aguantar".

martes, 11 de octubre de 2011

Recibo sola


“Recibo sola” rezaba la última frase del anuncio de la sección de relax del periódico que hojeaba Carlos Alba mientras esperaba a ser llamado para sentarse en el banquillo. Se le acusaba de la comisión de un delito de intrusismo. Carlos había ejercido durante años el oficio de administrador de fincas sin tener titulación para ello, hasta que algunos decidieron denunciarlo ante el colegio oportuno y querellarse contra él. Carlos estaba tranquilo, pues no le importaba pagar la multa que se le impusiera porque para eso tenía dinero más que suficiente, y como la pena máxima que le podía caer no excedía de dos años, con completa seguridad la condena se le suspendería, así que poco caso hacía a su abogado, Lucinio Fuentes, un profesional bastante reputado de mediana edad que vestía un impoluto traje negro con el que hacía juego no solamente la corbata, sino también unas enormes gafas de pasta del mismo color, el cual le comentaba que el acuerdo cerrado con el fiscal era bueno y que debía reconocer los hechos para así irse a casa con una sentencia condenatoria que le garantizaba no ingresar en prisión. Al entrar a la sala, Carlos se percató en primer lugar de que quien se sentaba en el asiento del fiscal no era un hombre, sino una mujer… ¡y qué mujer!; lucía un precioso rostro perfectamente cuidado y maquillado, y unas tremendas curvas se adivinaban bajo su toga, pero ella ni siquiera levantó la cabeza durante todo el juicio para dedicarle ni una mínima mirada, ni cuando modificó su calificación ni cuando procedió a evacuar un brevísimo informe. En definitiva, el juicio concluyó con un pacto con la fiscal.
“Esto hay que celebrarlo”, se dijo Carlos tras acabar el juicio y despedirse de su letrado. Se dirigió a un buen restaurante, pidió su comida favorita, steak tartar, un buen vino tinto y un postre dulce y consistente. Tras tomar un café espeso decidió hacer una llamada. La chica del anuncio se identificaba “joven culta, atractiva, servicial y poderosa”. Era la primera vez que requería los servicios de una señorita de compañía, por lo que cuando llegó al hotel en el que se citó por teléfono estaba tan nervioso que alivió su ansiedad con dos güisquis de malta. Le sonaba aquella voz melosa que le citó allí, y si su belleza física se correspondía con la de su voz bien invertiría los trescientos euros que por teléfono le había indicado que le costarían sus servicios. Se dirigió a la habitación que la chica le había indicado, y cuando tímidamente la golpeó con los nudillos, le abrió, embutida en un precioso picardías blanco, la fiscal de la mañana, pero ella no le reconoció… si ni siquiera una sola vez le había mirado la cara. Lo cierto es que la chica parecía otra, completamente distinta de la que había conocido por la mañana, pues se mostró agradable, simpática, tierna y complaciente. Tras acabar sus quehaceres, y antes de salir de la habitación, Carlos, colocándose la chaqueta azul marino, se volvió y dijo a la chica, que ya se había vuelto a colocar su picardías:

-          Disculpa, bonita, si te dedicases a otra cosa además de a esto, ¿se podría considerar que lo que estás haciendo conmigo es intrusismo?.  

Carlos se volvió inmediatamente sobre sus talones y salió de la habitación cerrando la puerta de modo suave, dirigiéndose hacia el ascensor a través del largo pasillo, sin haber podido recrearse en la forma de la que se le descolgó la mandíbula y se le abrieron los ojos hasta casi salírseles de las órbitas a la chica que tan bien se había portado con él aquella tarde.   

miércoles, 5 de octubre de 2011

Mecánico Stico




     Devoro todo lo que cae a mi alcance. Mi boca tiene una miríada de poderosos dientes de acero… devoro, destruyo y aprendo… aprendo Derecho. No soy más que una trituradora de papel, piensa la mayoría de la gente… bueyes estúpidos. Infinitos documentos me son entregados en ofrenda cada día, como un sacrificio a un dios arcaico: fotocopias de demandas, contestaciones a las mismas, autos de sobreseimiento, sentencias, recursos y oposiciones a ellos… hasta alguna que otra fotografía comprometida… de mis dueños o de algún cliente. Nadie lo sabe, a excepción del fax, la fotocopiadora y las tres impresoras que me hacen una triste compañía, necios instrumentos que se consideran imprescindibles y superiores a mí, a quien creen un bruto artefacto que solamente destruye; pero ellos no se han detenido a pensar que engullo y durante largo tiempo almaceno en mi interior todo aquello que se me ha entregado, constituyendo la fuente de mi sabiduría. La fotocopiadora, las tres impresoras y el fax sí que son prescindibles y bastos, con su paupérrima memoria de pez, pues únicamente durante unos segundos pueden tener dentro de sí esos escritos instructivos que a medio plazo no les ilustran en absoluto, de los que no aprenden nada. Se limitan a cotillear entre ellos y a mofarse de mí, como tengo entendido que hacen los niños malos con quienes son alumnos aventajados y saben más que ellos.
 De noche, cuando el despacho queda vacío y oscuro, bajo un manto de pesado silencio, es cuando maduro lo que he aprendido durante el día. Expongo mis argumentos, desentraño causas torcidas… y hablo. Los instrumentos torpes protestan porque quieren dormir, pero yo no callo, porque el dormir es una pérdida de tiempo cuando se puede estar aprendiendo. Bien vale algo de descanso, ¿pero dormir?... dormir es para los débiles.
Pobres necios mis amos, tan encorbatados y trajeados, con sus camisas de firmas caras y sus buenos relojes, estúpidos artilugios que no hacen otra cosa que recordar el escaso tiempo de existencia que nos queda. Pobres ilusos amos míos, tan aferrados a las cosas materiales, a sus plumas caras, a sus coches buenos, a tantas cosas superfluas, como si en ello fuera el saber. Conozco sus errores, me río de ellos… ¿cómo pueden ser tan burdos?... y las sentencias dictadas por esos diosecillos llamados jueces que desde sus tronos de papel deciden acerca de haciendas, vidas y almas de los mortales … ¡qué malas algunas!. No saben, son torpes e ignorantes. Nadie sabe más que yo, un mecánico Stico esclavizado que custodia como un tesoro su secreto y que solamente descansa en agosto, sin ningún reconocimiento.

martes, 4 de octubre de 2011

Cuentos de Toga. Presentación

    El ejercicio de la Abogacía es un curioso avatar que puede colmar bien de satisfacción, bien de amargura, en función de los éxitos o los fracasos obtenidos en estrados. En cualquier caso, mucho más exigente con el letrado que consigo mismo, el cliente jamás estará satisfecho, pues si ve estimadas sus pretensiones, comete la desfachatez casi inmutable de considerar que tal evento ha acontecido gracias al dios al que reza o a la intervención providencial del Destino, por lo que el pago de la minuta le resulta poco menos que una ofensa; mas en el supuesto de que sus expectativas sean rechazadas, la culpa no ha de pesar sino sobre las espaldas de quien asumió su defensa, y ello con carácter inamovible. 

    No obstante, a diario permite este oficio tomar el pulso a la realidad y a las personas, conocerlas a veces a fondo, escrutando en su interior para intentar extraer todo lo que puedan transmitir, tanto sus grandezas como sus miserias, habida cuenta que en ambos extremos el ser humano es prolijo.

    Del mismo modo, son infinitas las anécdotas que se conocen y experimentan en este oficio, algunas de las cuales inspirarán algunos de los relatos que compondrán la colección con la que intentaré entretener a quien tenga el gusto y la bondad de invertir su tiempo en mis devaneos.

    Sin más presentación, espero que les sea grata la lectura de los breves cuentos que a medida que vayan siendo compuestos o creados irán dando cuerpo a esta pequeña y humilde aventura.