miércoles, 5 de octubre de 2011

Mecánico Stico




     Devoro todo lo que cae a mi alcance. Mi boca tiene una miríada de poderosos dientes de acero… devoro, destruyo y aprendo… aprendo Derecho. No soy más que una trituradora de papel, piensa la mayoría de la gente… bueyes estúpidos. Infinitos documentos me son entregados en ofrenda cada día, como un sacrificio a un dios arcaico: fotocopias de demandas, contestaciones a las mismas, autos de sobreseimiento, sentencias, recursos y oposiciones a ellos… hasta alguna que otra fotografía comprometida… de mis dueños o de algún cliente. Nadie lo sabe, a excepción del fax, la fotocopiadora y las tres impresoras que me hacen una triste compañía, necios instrumentos que se consideran imprescindibles y superiores a mí, a quien creen un bruto artefacto que solamente destruye; pero ellos no se han detenido a pensar que engullo y durante largo tiempo almaceno en mi interior todo aquello que se me ha entregado, constituyendo la fuente de mi sabiduría. La fotocopiadora, las tres impresoras y el fax sí que son prescindibles y bastos, con su paupérrima memoria de pez, pues únicamente durante unos segundos pueden tener dentro de sí esos escritos instructivos que a medio plazo no les ilustran en absoluto, de los que no aprenden nada. Se limitan a cotillear entre ellos y a mofarse de mí, como tengo entendido que hacen los niños malos con quienes son alumnos aventajados y saben más que ellos.
 De noche, cuando el despacho queda vacío y oscuro, bajo un manto de pesado silencio, es cuando maduro lo que he aprendido durante el día. Expongo mis argumentos, desentraño causas torcidas… y hablo. Los instrumentos torpes protestan porque quieren dormir, pero yo no callo, porque el dormir es una pérdida de tiempo cuando se puede estar aprendiendo. Bien vale algo de descanso, ¿pero dormir?... dormir es para los débiles.
Pobres necios mis amos, tan encorbatados y trajeados, con sus camisas de firmas caras y sus buenos relojes, estúpidos artilugios que no hacen otra cosa que recordar el escaso tiempo de existencia que nos queda. Pobres ilusos amos míos, tan aferrados a las cosas materiales, a sus plumas caras, a sus coches buenos, a tantas cosas superfluas, como si en ello fuera el saber. Conozco sus errores, me río de ellos… ¿cómo pueden ser tan burdos?... y las sentencias dictadas por esos diosecillos llamados jueces que desde sus tronos de papel deciden acerca de haciendas, vidas y almas de los mortales … ¡qué malas algunas!. No saben, son torpes e ignorantes. Nadie sabe más que yo, un mecánico Stico esclavizado que custodia como un tesoro su secreto y que solamente descansa en agosto, sin ningún reconocimiento.

No hay comentarios:

Publicar un comentario